Verano del 70. Un grupo de improvisados cantores se reunía a la noche en la plaza principal de Cachi. Levantaba un escenario sin acústica,  ni asientos preferenciales, solo impulsados por la pasión de cantar. 

En el epicentro de esas veladas, sin  público ni aplausos, como un director sin orquesta estaba Félix  Saravia, portador de un apellido con historia en la provincia de Salta.  Habría que contar que, desde pequeño se formó en un ambiente musical de creadores y cantores, con referentes cercanos como Los Chalchaleros. Sobrino del recordado Juan Carlos Saravia, su voz y su figura evocaban de forma asombrosa al histórico fundador del grupo.

“Era la voz de un chalchalero”, decíamos sorprendidos y Félix no se cansaba de responder.  No soy hijo de Juan Carlos. «Soy sobrino del gordo» decía con su habitual simpatía.

Ese grupo de soñadores disfrutaban de esas mágicas horas de música y poesía debajo de un frondoso árbol, frente la hostería de la familia Lemes. Y pasaban horas cantando zambas, coplas y bagualas hasta el amanecer. El único que no desafinaba era Félix, por el contrario empezaba a pulir su talento en esas improvisadas reuniones. Muchos abandonaban, pero Félix seguía aferrado a su guitarra, compañera fiel en sus noches de insomnios. Cada nota musical que salía de su voz se perdía con el lucero del amanecer de la mano de su calidez y su particular estilo. 

Nacido en la ciudad de Salta, Félix creció rodeado de poesía, guitarras y zambas. 

Esas noches de verano en Cachi fueron testimonio de su inspiración, rescatando del olvido algunas canciones –para nosotros desconocidas– pero recuperada gracias a su particular voz;  luego perfeccionada en distintos escenarios, pero sin perder el sello musical que lo identificaba. 

A veces se sumaban otras voces y aunque la guitarra pasaba de mano en mano, siempre volvía a él y allí parecía detenerse. Se entendían con la mirada y sus dedos la rozaban como una caricia interminable, para volver a empezar.

Y Félix siempre regresaba a Cachi para reencontrarse con el pueblo que amaba tanto, para juntarse con su compadre Vera Alvarado. Tardes de recuerdos de aquellos años juveniles, de esa juventud apasionada que quedó dormida, junto a ese árbol, para algún día ir a buscarla. Quizás, a partir de ahora, la voz de Félix vuelva a encontrarse con el lucero del amanecer.

Cachi, en la provincia de Salta, es conocida como la «cuna de poetas» debido a su rica tradición cultural y a la influencia de la poesía en su gente. La frase resuena y se utiliza para referirse al encanto y la inspiración que provoca. Algunos incluso lo consideran un lugar especial donde la poesía parece fluir de forma natural.

Se fue Félix, un día de julio y ahora perdurará en su canto, en sus ocurrencias, en sus amigos, en aquellos que lo conocieron aquel verano del 70: “Machungo” Vera Alvarado, que ya no está, Ramón Terres, el “Chango” Mendoza y otros que siempre recordaré

Por Armando.