Como dice mi abuela: “parió la burra”, contaba mi amigo al enterarse que estaba llegando mi libro, en tiempo y forma para ser presentado. Pero allí empezaba lo más difícil, pequeños detalles que se iban haciendo grandes en la medida que transcurrían los momentos finales. Sonido, sillas, banner y lo más importante la vajilla para el servicio de inquietos comensales, luego de que la presentación transcurriera entre anécdotas y un pequeño resumen de la novela.
Mi amigo, siempre gentil, antes me había sorprendido al encargar -por su cuenta- bonitas y llamativas tarjetas de invitación para repartir entre los invitados, trabajo que me encargué personalmente, aunque el tiempo jugaba en contra. “No se haga problema don Humberto, yo me encargo de las vajillas”, me dijo sin derecho a réplica.
“A la hora señalada”, como en esa antigua y recordada película de Gary Cooper y Grace Kelly, se apareció con una singular caja conteniendo, cubiertos, vasos de plástico, platos playos y hondos, haciendo juego, cucharillas más pequeñas para el postre y pícaramente me dijo: “También traje estas copas para el brindis”.
Intenté agradecerle, pero rápidamente me cambió de tema. Mi abuela siempre dice: “Si haces un favor tenés que hacerlo completo. Y tiene razón, las viejitas siempre tienen razón”.
Al término de la jornada, cuando todos bebían sin solución de continuidad, como diría otro amigo periodista, lo busqué por todos lados. Pregunté por él y se había ido. Casi en silencio como había llegado, detrás de su barbijo que lo acompaña siempre. Quizás lo usa por timidez o tal vez para contradecirme con el título de mi libro: “Goodbye barbijo”. Hay que cuidarse don Humberto, porque se viene el invierno.
Yo me aseguré que estuvieran todas sus cosas, sus copas, de tantas historias, vaya a saber cuántos brindis sellaron esos impecables cristales. Las acomodé en la misma caja y cometí el error de llevármelas para que nada se pierda, hasta las cucharillas las conté; todas limpias y ordenadas.
Pasó un día, dos y al tercero sonó el teléfono. La voz de mi amigo me alertó: “Don Humberto dónde están las vajillas. Tengo que retirarlas porque mis hijos tienen que turnarse para comer”. Pensé que era una broma, pero después siguió. En serio amigo y mi abuela me dijo: “Chango de miesca dónde has llevao los platos”.
Allí la situación empezaba a complicarse, por lo tanto le dije “Mándeme la dirección y se la llevó en éste mismo instante. Usted no me contó la verdad y no quiero que tenga problema”, contesté.
La respuesta me llegó al toque: “No se preocupe, yo estoy cerca de su casa y pasó por ahí en un momento” me contestó.
Casi de inmediato su figura estuvo en la puerta de mi casa. “Bueno ahora lo llevo”, le dije. Pero de nuevo no quiso. Me están esperando en la otra cuadra. Traje una caja más grande y allí acomodamos toda la vajilla. Como dice mi abuela: “Con paciencia todo se puede”, agregó con picardía.
¿Qué va a pensar su abuela de mí? Atiné a decir, mientras él agarraba la caja y se marchaba sin escucharme, aunque antes me dijo: “Le agradezco a usted por hacerme sentirme útil en la presentación de su libro”.
Su oposición a que lo lleve fue terminante no dejó margen a la negociación. Al otro día hablamos y lo primero que le pregunté si tuvo algún problema.
“No… me contestó rápidamente, una señora muy amable se bajó del ómnibus y me ayudó a subir, después me acomodé y en seguida estuve en mi casa”
“Me hizo sentir muy mal”- atine a decirle, al momento que le preguntaba ¿Y qué le dijeron?
“Los chicos estaban recontentos, mientras aplaudían decían: “Papa tenemos los platos…están todos”.
En esos momentos percibí que mi amigo sonreía. No estoy seguro si me mintió, pero me hizo acordar esos tiempos, cuando uno se brindaba entero por un amigo.