En una elección de medio término, atípica con muchas presiones, no solamente internas sino con mensajes subliminales que llegan desde el exterior, Milei ganó con soltura, posicionándose en el país con ejercito propio, capaz de desactivar un terreno minado por los kirchneristas.

Una nota publicada por Luciana Vasquez en la Nación a partir de una entrevista a Karina Galperín, Directora General de Estudios UTDT se puede llegar a interesantes conclusiones.

 “Su léxico tumbero lo diferencia de sus antecesores y de sus competidores que han creído que a ese cargo se llega simulando una educación de la que, a lo mejor, se carece”, dice el periodista y analista Esteban Schmidt, que pone el dedo en una de las aristas del gran tema de Milei y los insultos como hábito político: el contraste entre la efectividad política de su verba rabiosa y el vaciamiento de la política de buenos modales.

Ya quedó claro que Milei no respeta los modos presidenciales, no importa si es en sus discursos en la Argentina o afuera. 

Para la doctora en Sociología Liliana De Riz, detrás de esa puteada extrema está el tema de la furia y una autopercepción de superioridad moral: “La furia descontrolada convierte al furioso en alguien superior: como un Dios que castiga desde arriba, a todos, que somos liliputienses en esa mirada”, reflexiona, y sigue: “Milei se siente con derecho a degradar porque se coloca en un nivel superior”.
Detrás de la desmesura, hay un apodo que lo precede y empaqueta el sentido de su sociabilidad: Milei, el loco. No es el primer “loco” en la política argentina: Sarmiento estuvo primero. ¿Hay un uso retórico que conecte a uno y otro “loco”? Galperín reconstruye algunos puntos significativos: “El Sarmiento periodista fue el Sarmiento pendenciero, sobre todo en Chile. Insultaba y estaba dispuesto a pasar a las manos”. Sarmiento también buscó crear su personalidad pública de la mano de la polémica. “Se dio cuenta muy bien de que el uso del lenguaje al filo era un gran camino para la autopublicidad. Alberdi lo acusaba de eso: está creando un candidato, le decía”, describe Galperín.

Pero a diferencia de Milei, cuando Sarmiento entra a la política, domestica su palabra pública. “La hipótesis de Ricardo Piglia es que donde empieza la política, termina la literatura. Sarmiento publicó sus grandes obras antes de ser presidente. Tiene conciencia de que el uso de la palabra en el mundo de la política tiene una lógica distinta”, apunta Galperín.

¿Puede pensarse a Milei como un Sarmiento de esta época, al menos en ese uso salvaje de la palabra? “Hay una diferencia grande: todos, incluso los que detestan a Sarmiento, se dan cuenta de que están ante un talento de la lengua”, dice Galperín. Pero señala dos puntos en común. Por un lado, los dos hacen un personaje a partir de su “desmesura ególatra”: “A Sarmiento le decían “Señor yo””, detalla. Por otro lado, los dos se dan cuenta del valor del entretenimiento para crear un público propio.

El otro “transgresor” de la política argentina fue Carlos Menem. Pero hay diferencias. Las explica el politólogo Pablo Touzón, director de la consultora Escenarios. “Menem era un tipo muy respetuoso de lo que implicaba ser parte de la clase política. Era estéticamente disruptivo pero reconocía la camaradería de clase”. La confrontación de Milei, en cambio, es con la política. Hay otra diferencia con la transgresión menemista. “Menem usaba más el humor, que desapareció en el mundo de Milei. No tiene la sociabilidad del asado”, explica.

En un trabajo realizado por La Nación sobre un discurso de Javier Milei  que duró setenta minutos se destaca el vocabulario. “Casta putrefacta”, “ensobrados”, “kukas”, “manga de delincuentes, ladrones, mentirosos”, “traidores”, “cobardes”, “imbéciles”, “ratas miserables”, “degenerados fiscales”, “zurderío inmundo” y ahora le agregó «mandriles».

 Sin dudas que desde el inicio de la presidencia de Milei, la puteada de Estado se ha vuelto una política comunicativa sostenida.

Más allá de las críticas, Milei lo demuestra a diario.

Sabe que no canta bien pero se siente un rockstar cuando se sube al escenario y la gente lo aplaude. Veta todo lo que no está de acuerdo a su programa. Demostró que es un fabricante de nuevas palabras. Desafía al Congreso y avanza, sin importarle el peso de sus rivales.  Se pelea con la vicepresidenta y hoy la anuló completamente.

El interrogante es que pasara en el futuro, a partir de que ahora cuenta con más legisladores. Si antes confrontaba, habrá  que ver si cambia su metodología.

Por lo pronto la gente le dio un nuevo voto de confianza, porque en la mitad del río había que aferrarse al único salvavidas que flotaba a la deriva y no tuvo más remedio, aunque en un país que navega en la turbulencia, todos sabemos que el apoyo no es eterno.

Por Armando.