Hablar de Roberto Romero a treinta años de su muerte es ingresar en un camino donde los recuerdos se enfrentan con un profundo reconocimiento y un eterno sentimiento de admiración a la figura que dejó.
Por una vía transita el hombre público, capaz de desandar -una y otra vez- los caminos de su Salta querida para darle lo mejor, mientras que en el otro sentido se fortalece el recuerdo del empresario exitoso, visionario, único en la tarea épica de las grandes transformaciones.
Como hombre de negocios fue un innovador, como gobernante alguien convencido de que el futuro puede ser mejor que el presente.
De esta manera la gente hoy lo sigue recordando y lo reinstala en la figura de los más necesitados, en los niños con hambre, en los enfermos, en los ancianos desvalidos. Un pueblo agradecido nunca olvida el esfuerzo y el trabajo de quienes luchan por él, por eso lo recuerdan siempre.
Quienes lo conocían decían que no tenía tiempo para enfermarse porque cada día estaba saturado de trabajo.
Cuando se alejó de la política se lo veía por los pasillos de la redacción del diario, dinámico, infatigable. Si el hombre se mide por su capacidad para vencer obstáculos, él fue un maestro.
Un momento marcó a fuego mi vida el día que sus restos ingresaron al hall de la redacción en medio de un impresionante aplauso de las cientos de personas que formaron una imperturbable guardia. Esperaron horas, con la paciencia de los grandes artesanos que buscan moldear la figura que representa sus necesidades esenciales.
Romero representaba eso y de esta manera una parte del pueblo, aquella que Roberto Romero tanto amaba decía presente.
Alguna vez alguien sentenció que «el hombre es como el fuego: tan solo se conoce cuando ha dejado su huella en medio del camino». Será por eso entonces que hay hombres de fuegos eternos y miles de caminos, que andan dejando huellas por donde quiera que la vida los lleve. Un solo hombre, desde la plenitud de su obra, puede ser el resumen mismo de varios, bajo el fuego sagrado que lo acompaña desde el principio de su tiempo hasta el final.
El otro recuerdo que quiero compartir es el día que murió, cuando centenares de personas lo acompañaron hasta la última morada.
El Dr. Ricardo Gómez Diez, en esos momentos vicegobernador de Salta y leal adversario lo definió en esos momentos en una sentida despedida. “Con fuerte personalidad, la adversidad lo fortificaba antes que debilitarlo. Estamos en la casa de los silencios definitivos. Acá quedará el silencio para siempre, pero Roberto Romero no es de los hombres que se olvidan. Roberto Romero entró a la historia de esta nuestra tierra, de nuestra Salta. Por eso usted Romero, vive”.
Y así ante el paso de los años. Está presente detrás del sueño de un peronismo unido, en la bandera que enarbola el espíritu federal de las provincias, en el despegue del Norte Grande y en el fortalecimiento de un periodismo sin atadura, fundamentalmente libre.
La cita es puntual: 15 de febrero sin obligaciones, pero con el firme convencimiento de recordar a un hombre que se adelantó a los tiempos.
Por Humberto Echechurre (Periodista, Escritor )