Ellas serán trece

El periodista siguió preguntando. El nombre de María Cash aparecía una y otra vez en la conversación. Esa joven, buscando otros horizontes en la zona norte de Argentina, había desaparecido sorpresivamente. El ministro intentaba acomodarse en esa improvisada conferencia con sus finos modales. Los periodistas, ¿cuándo no?, se preguntó momentos antes de someterse a esa jauría de avezados olfateadores de noticias. Sin quererlo, en cada respuesta el atizador alimentaba más la llama de la sospecha. La información, al principio devaluada en la tapa de los diarios, fue ganando posición en la agenda de los medios. María Cash había comenzado en Buenos Aires el largo viaje a las provincias de Salta y Jujuy, pero nunca llegó a destino. «Ministro, ¿esta joven se agrega a otros hechos de características violentas contra turistas?, preguntó el periodista Ariel Mejías.

«De ninguna manera este caso puede ser analizado bajo la óptica de que existe un problema de seguridad en la provincia, ya que se trata de una turista que realizó un viaje voluntariamente hasta aquí y que al parecer se fue del mismo modo».

 «¿Usted dejará la campaña política, para dedicarse a esclarecer este caso?»

El ministro acusó el impacto del golpe y apuró el paso: «Pusimos toda la estructura necesaria para que la investigación se profundice, pero no obstaculizaremos el desarrollo de la Justicia, porque somos respetuosos de los poderes que están trabajando. Por ese motivo no puedo adelantar líneas investigativas, ni sus resultados», argumentó, dando por finalizada la breve entrevista y sin responder a la pregunta específica.

Durante la gestión de este funcionario, la policía no fue capaz de esclarecer crímenes, y tuvo que salir insistentemente a dar explicaciones por la vinculación de algunos de sus hombres con el narcotráfico. Dos de ellos habían sido sorprendidos con 50 kilos de cocaína, inclusive existían datos que comprometían al Secretario de Seguridad. Se desbarató una operación de 30 millones de dólares, con gente muy pesada en el medio y que no se quedaría de brazos cruzados.

El periodista volvió a la redacción más intrigado que antes, su experiencia empezaba a emitir señales preocupantes. Al final, ¿qué representaban 35 años en este ambiente? Simplemente nada. Después de haber recorrido todas las secciones del diario, hasta este presente: confinado en policiales. Pero la tarea de investigación lo apasionaba cada vez más. Rodolfo Walsh había marcado el camino y hasta el mismo Roberto Arlt, en sus Aguafuertes porteñas, describió ese particular submundo, habitado por seres marginales e impredecibles.

Mejías miró los papeles en el escritorio, mientras pensaba: ¡Qué tiempos se avecinan! Argentina transitaba un inusual clima de violencia; parecía que la barbarie reinaba con absoluta comodidad, ante la pasividad de las autoridades y la indiferencia de la justicia. Seguía el caso del boxeador Rodrigo «la Hiena» Barrios, donde más allá de la gravedad del hecho —la muerte de una joven madre y su pequeña hija—parecía prevalecer la condición del ídolo deportivo sobre el hombre común que debía pagar por un error. Solo una condena ejemplar podría atenuar la irresponsabilidad que, en una noche de descontrol, lo llevó a atropellar a esas dos personas. Sin embargo, la justicia parecía indiferente. Salta no estaba exenta de ese clima. Muchos casos, especialmente en los últimos tiempos, mostraban una nueva conducta violenta de género, precisamente contra el género femenino.

Desde el amplio salón del diario observó cómo pasaban las páginas de la edición, buscando el visto bueno final. En ese escenario el tránsito entre la redacción e internet avanzaba demasiado rápido, casi abruptamente. No pedía permiso y el recorrido llegaba de las manos de las redes sociales y de los propios ciudadanos que, aprovechando la web, buscaban calmar sus apetencias personales. El rival era tremendo, porque venía desprovisto de todo recato; por el contrario, tenía una caradurez a toda prueba. Los «cibercronistas», de repente eran fotógrafos con una reducida cámara, pero provista de la mejor tecnología y capaces de presentar una toma con la más clara definición. También informaban con la sagacidad y la mirada de un periodista intrépido, graduado con un máster en la mejor universidad de las comunicaciones sociales: la calle; además de una libertad aséptica, que desafiaba los puntos y comas de la línea editorial. Recordó la historia del periodista que iba a pedir un trabajo y ante la negativa del editor decía: «Si no hay noticias salgo, y muerdo a un perro»… Esto era similar. La noticia estaba hasta en la mirada de un vagabundo, cuyo éxtasis residía en esa colilla de cigarrillos que le «nicotinizaba» los dedos.

Mientras la tasa de café se enfriaba entre sus manos, escuchó que un fotógrafo decía: «Son más interesantes los robos a turistas en San Lorenzo. Me voy para allá».

Ariel Mejías también fue, pero no se conformó con la explicación demasiado técnica de los funcionarios. Continuó preguntando y así llegó hasta el guía Lorenzo Puca, convertido casi en una postal de la Quebrada. «Qué quiere que le diga si todos lo saben. Los turistas sienten que los comerciantes se avivan y que el precio que les cobran es más del 50% de lo que pagan en la ciudad, aunque hay otras cosas que se tapan. Le cuento algo: la semana pasada les robaron a dos españolas una cámara de fotos y una filmadora, muy valiosas, porque estaban haciendo un trabajo para una revista importante. Cuando yo pregunté por qué no hacían la denuncia, me contestaron: Para qué… si después no encuentran nada. Y una de ellas insistió: Oye… la zona es muy linda, pero sabemos que es una pérdida de tiempo, lo único que nos interesa es recuperar las fotos sacadas en Tilcara y Humahuaca».

Puca tenía ganas de hablar, pensó el periodista, y él estaba dispuesto a escuchar.

«Aquí se callan pero hay un negoción con el tema de las luminarias. Se licitaron pagando fortunas, pero son pocas las que funcionan. A la noche es tierra de nadie. Yo le digo, robos siempre hay, aquí los changos son pícaros. Las llevan a las turistas para las zonas despobladas, y después ni te cuento. Esto sucede siempre, acuérdese de ese guía trucho que le dijo a una turista que para cruzar un río había que sacarse la ropa, para no enojar a los dioses, y cuando llegaron al otro lado, la violó. ¡Mire qué pijotero!».

 «No me vas a decir que aquí se esconde un nuevo caso María Soledad, y que ahora se agregará María Cash», apuró Mejías.

 «Ustedes los periodistas se creen dueños de la verdad, pero se equivocan. Pregúntele a la Ciega Nicolasa, ella sabe mucho de esto. Es una mujer de gran sabiduría. Conoce todo, vive en San Lorenzo, pero cuando llegan los carnavales no la encontrará porque forma parte de la agrupación ‘La Quebrada’, cuyos integrantes se juntan y se transforman durante los tres días. A ella le encanta subirse a la carroza, bailar como una diosa y  repartir serpentina en esos días. Hay un aroma que la enloquece: la albahaca. Además la conocen como la hija del maíz».

 «¿Y dónde la encuentro?», atinó a preguntar Mejías.

 «Vaya al corsódromo, tire la idea de que la quiere entrevistar y, si le interesa, ella lo encontrará».

La fiesta arrancaba en un escenario de línea recta de 500 metros. Las carrozas se sucedían, la música invitaba a despojarse de los últimos recatos, las reinas tiraban besos, mientras delante de las carrozas, los bailarines danzaban frenéticamente. Parecía que el final del mundo llegaba en esa calle de luciérnagas multicolores. La espuma irritaba los ojos y la picazón, maravilloso ardor, necesitaba más agua. Los chicos correteaban, intentando atrapar una pequeña guirnalda centellante; los pasos de los bailarines, llevaban inocentemente a un mundo desconocido. Mejías empezó a contagiarse de ese clima; según lo que había dicho Puca, debía esperar hasta último momento. Recién cuando las luces se apagaran debía abordarla. Parece la Telesita santiagueña; acaso también baile hasta morir, pensó. Intentó acercarse, pero la primera línea de la agrupación no lo dejó. Colores desbordantes, formas indescriptibles y los viejos homosexuales disfrazando sus figuras en la piadosa línea de colores.

«Tenés que seguirla hasta la Quebrada, un lugar donde la fiesta dura tres días. No preguntes del presente, dejala que hable del pasado, después sola irá contando», le habían dicho.

Canela, era un travesti que acompañaba a la Ciega Nicolasa desde el comienzo del carnaval. Era la sombra y un escollo difícil de salvar. «Decime ‘gordi’, vos no tenés cara de murguero. ¿Para qué la buscás?»

  «Estoy haciendo un trabajo periodístico sobre los carnavales y las bondades de la chicha. Me dijeron que es una especialista», mintió Mejías.

 «No le vas a querer decir que es la ‘reina de las chicheras’, porque allí se pudre todo», replicó el interlocutor.

Al instante, detrás de un cortinado multicolor, apareció. ¿Usted me anda buscando? ¿Para qué?, se anticipó la mujer, que empezó a desprenderse de sus collares como si fuese otra piel. Sin saberlo, el periodista empezaba a ingresar en un camino sin retorno.

 «Quiero escribir la historia de los carnavales de Salta, pero más que nada, quiero saber por qué se prolongan tanto. Hay gente que se transforma, que heredó esta pasión y la transmite a sus hijos. Lo pude observar en estos días», argumentó Mejías.

 «Después de la alegría, siempre llega la tristeza. La historia dice que habrá una nueva cultura. Llegará gente… personas con otros ideales, con otras costumbres, que mostrarán otro camino. También habrá gente mala, aunque no lo digo yo, ya lo decía la Uyapuca», sostuvo la Ciega Nicolasa.

Pidió un banco pequeño y un vaso con chicha. «Mi abuela Mercedes solía decir que con chicha y una piedra caliente se curaba el más bravo resfrío; contaba que, echando chicha en un jarro y agregándole una piedra bien lavada que fue puesta al fuego hasta que quede al rojo vivo, después había que echarla en el recipiente y luego tomar; no había resfrío que aguantara».

La Ciega Nicolasa continuó con el monólogo: «La quebrada recibe mucha gente. Llegan con otras costumbres, nuevas vivencias, otros pensamientos y consideran que lo que traen de otros países es lo que debemos adoptar nosotros. La música, las fotos, los instrumentos y mucha sorpresa. Nosotros no queremos que nuestra cultura cambie. Hay gente que viene y cree saberlo todo, pero se equivoca».

Mejías se sintió sorprendido por la revelación, a la vez que se preguntaba cuántos años tendría esa mujer. Imposible definir su edad. Afuera, el ritmo de los murgueros, mezcla de bailanta y danza tribal, se alternaba en un extraño escenario. Él, sin que lo invitaran también se sentó, mientras esa extraña mujer despedía de su gastado cuerpo un aroma penetrante de albahaca y mandarina, capaz de seducir al mismo Lucifer.

A la segunda noche la pitonisa parecía esperarlo. «Vi la nota en el diario sobre los ataques a las turistas extranjeras. Se siguen juntando los eslabones de atrocidades. Vio esa mujer que degolló a su hijo de 7 años, porque su madre era amante de su hombre. El crimen de la chiquita Candela, el padrastro que asesinó al hijo de su mujer a garrotazos, o las cuatro mujeres muertas en Buenos Aires, entre las que también había una niña. El mundo avanza hacia su destrucción», dijo, para agregar en seguida: «En este año ya fueron nueve las víctimas estranguladas, apuñaladas, baleadas, golpeadas hasta morir. Una violencia inusitada contra el género femenino. M’hijo, el machismo es una de las principales causas de esta fiesta de sangre, mientras los que mandan miran para otro lado».

Mejías consideró que el silencio era lo mejor frente a esa misteriosa mujer, que cuando entraba en confianza no paraba de hablar.

«Le doy una pista: siga el caso de las turistas perdidas en San Lorenzo. Son dos extranjeras que no aparecen desde el día 15 y las autoridades provinciales están muy preocupadas.

La información se conoció recién el día viernes 29 en los medios, quizás porque después aparecen, cuando ya nadie se acuerda».

El sábado, el diario, al igual que la mayoría de los medios, prioriza los temas deportivos, pero el clima en la redacción no era de los mejores. «Parece que tenemos un tema gordo, que afectará el turismo de la provincia. Vos Mejías, agarralo al Gaucho, le sacás los descansos y se instalan en San Lorenzo, a verificar qué pasó con las chicas francesas, de las que hoy, todo el mundo habla», dijo el jefe de Redacción, en una pequeña mesa, donde también participaban la mayoría de los editores.

Esta vez no sería un sábado más. Estaba a punto de romperse la monotonía, al igual que el manual de estilo.

El día domingo, el título principal del diario destacaba: «Brutal asesinato de dos turistas francesas», y más abajo: «Encontraron los cadáveres de Cassandre Bouvier, de 29 años, y Houria Moumni de 23».

Todo coincidía con lo que le había anticipado la Ciega Nicolasa en la última conversación: «Ellas serán trece», le había dicho aquel día y el recuerdo lo estremeció.

La noticia empezó a preocupar a la gente, teniendo en cuenta la geografía del lugar, pero más que nada por la jerarquía intelectual de las jóvenes. Lo que en principio, parecía como un hecho más, comenzó a tener trascendencia internacional. Luego de dos días de búsquedas, un grupo de chaqueños que estaban realizando un recorrido por el circuito turístico conocido como la Quebrada de San Lorenzo, halló los cuerpos de Cassandre y Houria a la ladera de un camino. Los cadáveres de las dos turistas fueron encontrados en un paseo conocido como El Mirador, a 12 kilómetros de la capital salteña y 1.600 kilómetros al norte de Buenos Aires.

Ariel Mejías destacaba en su informe: «Desde un principio trascendió que la policía buscaba entre los lugareños de la quebrada, al asesino de las dos turistas extranjeras, cuyos cadáveres fueron hallados en ese paraje el día viernes».

La principal hipótesis apuntaba que las jóvenes fueron ultimadas a balazos entre el martes 26 y el jueves 28 en ese paseo turístico.

 En un breve contacto con periodistas, el juez a cargo del caso resumió: «Estamos ante un caso sumamente complicado. Ambas víctimas presentan disparos de armas de fuego. Hay signos de ataque sexual, ropa rota y marcas en los cuerpos. Una de ellas fue violada, tenía incluso cabellos de su atacante en su puño cerrado. Hay suficientes huellas en el lugar. Todo esto es muy loco, agresivo, violento, fuerte. Uno debe abrir un abanico de posibilidades. Puede haber más de un victimario», argumentó.

 Sí, era muy loco y extraño. Más para estas jóvenes, llenas de vida, que traían un aura de la Sorbona, pero que en esa sucesión de verdes eran una más. Nadie se había atrevido a desafiar con las miradas la altivez de esos cerros, y ellas sí. Sus ojos buscaban respuestas en la oscuridad de la tarde.

 Las dos eran unas enamoradas de América del Sur y habían decidido recorrer el norte argentino. Llegaron procedentes de Buenos Aires en un ómnibus de la empresa Chevalier. Casi el mismo recorrido que hizo María Cash. Las jóvenes salieron del hostal Del Cerro para realizar una excursión, pero jamás regresaron. Habían comentado a los dueños del hostal que dos días después se marcharían, y habían dejado allí sus pertenencias. A nadie le llamaron la atención esos días de ausencia.

Cassandre tenía en sus retinas, los grandes problemas de desigualdad y de pobreza, que había observado en Guatemala, en la República Dominicana y ahora en la Argentina, país que visitó varias veces; aunque este lugar, parecía el paraíso.

San Lorenzo es una localidad cercana a la ciudad de Salta, que se destaca por la exuberancia de sus paisajes. Permite apasionantes paseos y extensas caminatas, a veces con recorridos de más de siete horas, atravesando bosques a más de 1.800 metros sobre el nivel del mar. También se realizan cabalgatas. En uno de esos circuitos es posible visitar la quinta de los Vilte, donde doña Juana Laxi tiene un muy llamativo cultivo de calas. Asimismo se organizan circuitos especiales que recorren la villa y los cerros que rodean a la quebrada, con alturas impresionantes. La flora es muy llamativa. Se destacan los helechos, que en el pasado estaban amenazados debido a la extracción por parte de los propios visitantes.

Tras dos horas y cuarto de caminata, Cassandre de 29 años, y Moumni, de 23, llegaron hasta El Mirador y quedaron deslumbradas por el panorama que se ofrecía a su vista. Las jóvenes e infortunadas turistas tenían frente a sus ojos un nuevo descubrimiento: Salta en primer lugar, y la villa de San Lorenzo, con el atractivo de lo desconocido, con un paisaje agreste, pero revelador, aventurero y a la vez misterioso, encantado y también peligroso.

Tenían ante sus ojos deslumbrantes cerros, laderas y exóticos bosques de yungas de la montaña salteña. Llegaron con la inocencia de la aventura, aferrando una mochila con el candor de los sueños, pero nunca imaginaron la barbarie que se escondía en la garganta de una quebrada.

Cassandre y Houria, deslumbradas por las bellezas naturales, ignoraban que el tránsito de la tarde hacia el crepúsculo sería interrumpido de manera violenta. Tomaron dos fotos del paisaje, de nitidez perfecta. Y, cuando iban a disparar la tercera toma, las atacaron por detrás. Una lástima que vidas tan jóvenes, ávidas de un nuevo amanecer, inquietas e inteligentes, se interrumpieran abruptamente por voluntad de otros, en la estación en que las flores comienzan a nacer.

El reloj marcaba las 16,23 de ese día. Lejos estaban las investigadoras francesas de suponer que al inicio de aquella caminata ya habían sido elegidas, porque sus agresores las habían marcado apenas ingresaron a la reserva.

Sus atacantes midieron los tiempos. Buscaban algo distinto. No fueron tras una costosa cámara fotográfica, tampoco detrás de una filmadora. Fue una cuestión de piel y el destino los 21 enfrentó, aunque con distintas armas. Ellos escondidos tras las misteriosas sombras de la cobardía, ellas de cara al aire natural que se esparcía por la montaña. A lo lejos, las imágenes de Salta. Cerca, muy cerca, acechaba el horror. Mientras emprendían la caminata de casi dos kilómetros hasta El Mirador, ellos, conocedores como pocos del cerro, cortaron camino por un atajo y las esperaron. Ingresaron en el circuito turístico por una de las laderas más escarpadas, el sendero de La Loma. Por una entrada que sale detrás de El Castillo —una edificación pétrea, ícono de San Lorenzo—, ascendieron por la ladera, traspasaron un cerco perimetral de alambre y se perdieron entre la espesa vegetación hasta llegar a El Mirador. Allí se ocultaron en el bosque.

«Cassandre fue ejecutada de un disparo en la cabeza, cuando estaba de rodillas. Tenía muchísimos golpes, según la autopsia. Houria recibió un disparo en la espalda, otro que le rozó el brazo, pero presentaba además fuertes golpes en distintas partes del cuerpo», contó el juez.

Eran las 18.35 del día del ataque cuando la cámara cayó al piso y se disparó. Ese mismo día y con el sabor de la impunidad, a las 19,50, Gustavo Lasi —que luego resultó el principal implicado— encendió el celular de Houria, pero antes le cambió el chip.

Con esa primera acción y las escuchas que sobrevendrían después, el juez de la causa ordenó la detención de siete personas; entre ellas Gustavo Lasi, que en su declaración inculpó a Daniel Vilte y Santos Vera.

 «¿Y qué me dice, periodista?», interpeló la Ciega Nicolasa en la tercera noche del encuentro que pasó a ser la de las revelaciones. «Ahora ¿cómo presentarán estas muertes a la sociedad y al mundo? Seguramente dirán de nuevo que la provincia es muy segura, aunque Francia no se quedará simplemente con la entrega de los cuerpos. Una de las turistas estaba profundizando las relaciones entre América y Europa. Todo esto me hace recordar el caso del técnico israelí que murió en un accidente cerca de Metán, cuando iba a realizar una inspección a una finca del gobernador de aquellos años. Estas chicas eran capaces, no eran simples turistas que venían a sacar fotos. Tenían valentía, coraje y temperamento. No merecían este final».

 «Tiene razón», respondió Ariel Mejías. «Pero dígame, ¿usted qué piensa?»

«Hay un detalle muy triste y que habla del abandono; porque hasta que aparecieron muertas nadie había denunciado la desaparición, ni tampoco salieron a buscar a las chicas en Salta. Es extraño porque pasaron 14 días. Y mientras no cambie la opinión que tienen muchos funcionarios de que la violencia contra las mujeres se debe a que nosotras nos la buscamos, esto seguirá igual. La gente debe cambiar, aunque también nosotras debemos hacerlo, porque el dolor de una mujer en cualquier parte del mundo debe ser el dolor nuestro. La Uyapuca ya lo decía: las mujeres seguiremos siendo víctimas de la violencia femicida, que hoy como un fantasma recorre nuestro territorio».

 «¿Usted cree que Gustavo Lasi es el principal culpable?», preguntó Ariel Mejías.

«Estoy siguiendo todo este crimen de las muchachas y hay un comisario que sabe más de lo que parece. Creo que es honesto, pero tengo miedo de que le suceda algo. Para mí la violación y el asesinato de mujeres jóvenes es un mensaje para todas las mujeres: no salgas, no te atrevas, no seas libre. Y de paso para los hombres: cuida a tus mujeres, a tu esposa, a tus hijas, no investigues. Más claro, échele agua m’hijo».

Mientras las sospechas continuaron a pesar del fallo de la Justicia, el padre de Cassandre escribió una emotiva carta en el diario parisino Le Monde: «En Salta, en el norte de Argentina, mi hija Cassandre fue golpeada, violada y asesinada de un disparo en el medio de la frente».

En la morgue del hospital de Salta, sus grandes ojos negros helados de espanto pero plenos de trágica determinación, así como las numerosas marcas del desencadenamiento de las violencias padecidas por su cuerpo, no petrificaron de horror al padre, la madre, el hermano y la hermana llegados hasta allí para honrar por última vez sus despojos y llevarla de regreso a Francia.

«Para aliviar mi dolor, pedí a la presidente de los argentinos, la edificación de una estela conmemorativa en el sitio. Gracias, Cassandre, por infundirme tu generosidad, tu entusiasmo y tu corazón. Houria y tú son, desde ahora, para nuestras familias, ángeles inseparables, heroínas para todas las mujeres argentinas y francesas».

En esos momentos el periodista Ariel Mejías dio paso al hombre y recordó las palabras de la Ciega Nicolasa:

«Veo dos estrellas en el cielo, una como una explosión de colores se va en un vuelo permanente, la otra no se quiere ir, es como si quisiera seguir cerca de la tierra. Es extraño, pero ambas luces se prenden y se apagan. La Uyapuca decía: esos hombres son hijos del demonio. Traen el mal, mucha sangre, llanto y tristeza nos espera. Será una luna, en donde el mayor ofrecimiento serán las mujeres. Ellas serán trece o más…quién sabe…»

El periodista repasó: Natalia Velarde, de 16 años; Juana Flores, en Orán; Leticia Zambrano, Carolina Rueda, Marcela Aillón, Ivana Vaca, Tamara Hoyos, Cintia Fernández, Angélica de Marche, y otras.

La verdad —pensó Mejías— que la muerte de mujeres en los últimos meses en Salta, en un clima inusitado de violencia, sumaban once. ¡Se equivocó la Ciega Nicolasa!, reflexionó el periodista, sin saber que el calendario del horror estaba a punto de dar vuelta otra página.

Al cumplirse un año de la muerte de Cassandre y Houria, casi a la misma hora, pero en un barrio ubicado al sur de la capital salteña, en un paisaje agreste y a cien metros de un barrio habitado en su mayoría por gente de clase media, aparecieron los cuerpos ahorcados de dos jóvenes. Luján Peñalva, de 19 años y Yanina Nuesch, de 16, habían desaparecido dos días antes, hasta que las encontraron sin vida en el lugar. No se hallaron rastros, ni tampoco violencia, tan solo un nuevo misterio. «Ellas serán trece o más…quién sabe. Tal vez yo no estaré para verlo».